Mi colega y yo estábamos de servicio en uno de los distritos de la ciudad cuando una niña corrió hacia mí y me entregó un trozo de papel

Mi colega y yo estábamos de guardia en un distrito de la ciudad cuando una niña de unos seis años corrió hacia mí. Tenía las mejillas rojas de frío y el miedo se reflejaba en sus grandes ojos. Me entregó, vacilante, un papel doblado en cuatro.

—Eres policía, ¿verdad? —Le temblaba la voz—. Mamá me dijo que te diera esto.

Desplegué la nota.

Llévala al orfanato. No la necesito.

Por un instante, sentí como si un viento frío me recorriera la espalda. En mis diez años de servicio, había visto muchas cosas, pero esto… no, uno nunca se acostumbra a algo así.

Me arrodillé frente a la niña, intentando hablar con calma, sin querer asustarla aún más.

¿Cómo te llamas? ¿Sabes dónde está tu mamá?

Ella bajó la mirada, agarrando fuertemente la manga de su chaqueta en su pequeño puño.

Después de que la niña me contara su historia, se me vino el mundo encima. Esto es lo que pasó ⬇️⬇️

“Solo sé que se llama Olga”, murmuró. “Vivíamos en casa de la tía Liuba, pero mamá se iba constantemente, y el tío Serejo… no me quiere. Gritó que si mamá no me dejaba, él la dejaría a ella. Tengo miedo…”

Estas palabras me llegaron al corazón. Una niña pequeña que no era querida por su propia madre…

Tomé suavemente la mano de la niña.

No tengas miedo. Estoy contigo ahora.

Ella me miró con confianza y, por un momento, una chispa de esperanza brilló en sus ojos.

La acogí mientras buscábamos algún rastro de su familia. Durante una semana, los avisos de desaparición de la niña aparecieron en todas las redes sociales, en todos los canales… pero nadie se presentó.

Durante ese tiempo, nos hicimos amigas. Al principio, se estremecía mientras dormía, a veces lloraba, llamaba a su mamá, y yo simplemente me sentaba a su lado, le acariciaba suavemente el pelo y le susurraba que todo estaría bien.

Empezó a cambiar. Comía con apetito, aprendió a reír, a jugar y, un día, se me acercó y me abrazó por primera vez.

—Tía, no me enviarás lejos, ¿verdad? —preguntó en voz baja.

La abracé fuerte y mi corazón se apretó.

No podía tener hijos. Por eso mi marido me dejó, y viví sola muchos años, intentando no pensar en el vacío. Y ahora, aquí estaba una niña, una que también necesitaba una familia, alguien que la quisiera…

En el fondo, ya sabía la respuesta.

Han pasado muchos años desde aquel día. Tengo una hija inteligente y hermosa, y soy una madre feliz. Y si el destino me la trajo, fue porque estaba destinado a serlo.

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